miércoles, 16 de noviembre de 2011

Hilo rojo

Los olvidamos.

Mojamos la cama de sudor y saliva,
de besos perdidos que recogieron las caricias.
Tus labios sobre mi piel, tus dientes sobre la tuya,
tus dedos, mis dedos, nuestras uñas.
Y saboreo despacio
tu timidez desnuda.
Calma de tormenta.
Para que cuando todo estalle
solo conozca tus ojos de gata
y tus labios de menta
que a mí, sin quererlo,
me saben a derrota, a miedo y a plata.
Fría, misteriosa...
pero que adopta mi calor
y se envuelve hacia mí, conmigo, melosa,
haciendo que la derrota sea vida,
demencia de este dolor.

Y pienso...
que tal vez entonces
deba encontrarte más allá de las palabras,
los silencios y las trabas
que fingimos inventar.
Así que ves, olvidémoslos,
formemos un pasado
y mojemos nuestras camas
de besos, de caricias,
del elixir de nuestras almas,
destilando despacio, con calma,
gota a gota, la tuya, la mía,
perdida la identidad y el sentido,
unidas por las parcas en un solo hilo.
Rojo.



Pero se ha deshilachado
y no sé cómo arreglarlo...
Y me ahogo otra vez en el miedo
en la maldición
de quererte
de no tenerte
de no querer olvidarte
de no poder acercarme a ti.

De quererte mía y saber que nunca será así.

sábado, 16 de julio de 2011

Dolor.

Me dueles. Me dueles, te digo, y me lo repito para creérmelo pero no es verdad. Y sé que no es verdad. Es más fácil culparte a ti, pero es esta maldita hiel que me recorre por dentro. Es esta furia autodestructiva que vuelve a mí. Me dueles. Me dueles. Me dueles.

Me meto en la cama y me deslizo entre las sábanas, cubriéndome completamente. Dejo que las manos me recorran, busco tus caricias, el susurro de tus besos, dejo que las manos me recorran pero abro los ojos y no estás. Sigo sola y ni siquiera vale la pena continuar. Cierro los ojos, tomo aire, me agarro a las sábanas y quiero llorar. Tengo un nudo en la garganta y algo sordo, oscuro y desesperado duerme en mi pecho.
Me dueles. Me dueles. Me dueles.
Y entonces decido volver a empezar. Y llevo una mano entre mis piernas, sin caricias amables ni manos suaves. Y la otra se aferra a mi cuello con fuerza. Dolor. Dolor. Dolor. No estás y no debes estar y hoy solo quiero una alta dosis de autodestrucción controlada.
Acelero el ritmo, aprieto con fuerza, y noto la sangre agolpada en mis venas, clamando por su libertad perdida. Acelero el ritmo y contengo el más leve jadeo, retengo el menor soplo de aliento, de modo desesperado.
Y así, con el alma devastada, se para el tiempo, se para en ese momento, entre el dolor y el placer, en el que mi cuerpo se arquea y mi mano se aleja de mi garganta con voluntad propia. El tiempo se para y yo, aún conteniendo el aliento, me paro con él. Por completo. Cancelando esta descarga eléctrica y atesorando el dolor de su pérdida, con la mano dolorida, sujetándose a mí. No eres tú. Soy yo quien siempre consigue destrozarme. Soy yo quien rompe todo en pedazos.
Mi cuerpo se rebela y aparta las sábanas, jadeando, tosiendo en busca del oxígeno robado. Ahogada. Dolida. Hecha añicos.
Solo así encuentro paz suficiente para cerrar los ojos y decidirme a dormir.